Triste apología de un recuerdo
No te miento cuando te digo que tu cuerpo huele a árbol, huele a roble humedecido por la lluvia, como aquel árbol donde de noche jugamos a buscarnos; yo me escondo, me hago diminuta entre sus raíces, luego tú pronuncias mi nombre y no respondo. Mi silencio hace que entres en la cálida desesperación de un enamorado que no encuentra lo que ama, gritas mi nombre... no te miento, quiero reírme, pero me cubro la boca, porque quiero saber cuánto es que me amas. Tu mano recorre la piel áspera del árbol y al encontrase cerquita de la mía, me apresuro a asustarte con la araña de mi mano. —Eres tú— me dices, y con tus manos me recoges de entre las hojas secas como un bebé abandonado, me acercas a ti, me escondes entre tu cuerpo y tus brazos, creo que tus labios me susurran algo, pero no los escucho. El viento sopla mi oreja, su silbido me hace recordar que existen las horas. Hace horas tenía que haber llegado a casa. Nos sentamos un rato bajo la sombra del árbol. No hay sol, ...