Un olor ausente

 


El camión huele a cansancio, a sueños medio despiertos, a caras dibujadas con tiza suave; todos duermen con los ojos abiertos y sueñan a través de las ventanas rayadas, yo también sueño así.

Hace calor, abro una de las ventanas y se me escapan los recuerdos, pero antes, se pasean por mi pecho que los despide, salen de mí, veo cómo se los lleva el viento; puede doler un poco.

 Un niño balancea sus pies junto a mí, sus ojeras jóvenes ocultan una sonrisa tímida que nunca recibiré. Alguien jala mi cabello, prefiero ignorarlo. Prefiero leer el texto a través del hombro del hombre sentado delante de mí, “Hija cuídate mucho, ya voy para el trabajo, desayunas en la escuela. Te quiero”.

 Hay oraciones que nos duelen solo a algunos, por eso imagino que mi celular recibe un mensaje, es mi padre diciendo que me quiere, que me cuide y que desayune en la escuela.  Sé cómo huele todo cuando estoy triste, huele como al mar en la madrugada cuando se está solo, a sales combinadas, las del agua y el llanto; mis lágrimas desapareciendo en la arena.

Desde el camión se extrañan más las cosas, casi siempre a propósito, con el fin, muchas veces, de olvidar el efecto sardina que se percibe en los camiones mañaneros. Uno prefiere entretenerse en sus pensamientos a veces absurdos. Mis ojos abandonan la ventana y regresan su mirada a los pasajeros y a sus rostros desmaquillados, goteados del sudor colectivo.

El niño de las ojeritas jóvenes ya se ha ido con su madre, ahora se ha sentado junto a mí un hombre, prefiero no mirarlo y sigo respirando… Huele a cansancio, a sudor, al shampoo de la muchacha que sí se bañó, huele al aliento de la señora que le va hablando en voz alta a la persona que se encuentra dentro del teléfono. Huele a desayunos en bolsas, en tuppers, a goma de mascar, huele a todo, menos a lo que más deseo respirar.


-Bertha Landín.

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