Lucidez
Lucidez
“Y puede, puede así, que las muertes no sean todas iguales. Puede
que hasta después de la muerte, todos sigamos distintos caminos”.
― María Luisa Bombal, La amortajada
Habían pasado un par de horas ya y
el cansancio nos había abrazado de vez en cuando. Los dos éramos testigos de
que ahora nuestras espaldas dejaban atrás el camino olvidado que representó
nuestro presente. No había frente a nuestros ojos más que un paisaje sumergido
entre niebla; parecía que la cima de la montaña nacía bajo nuestros pies y se
extendía en nuestro alrededor sin tener fin alguno. Por un momento pensé en la
muerte, en lo que implica el final de la vida.
Por un momento me olvidé del tiempo…
Solté tu mano, tal vez para sentirme
protagonista; para saber, quizá, si sentía temor de encontrarme sola, solo
entonces entendí que soltarme de ti, me incitaba a soltarme de la vida. Hace
cuántos meses que había olvidado el deseo angustiante de querer morir, pues
había encontrado en ti, un refugio que me acogía con benevolencia, que me esperanzaba
un tanto como para seguir. Tú sabes cuánto he cuestionado los motivos de la
vida y lo inservible que me parece luchar cada día por permanecer en este
mundo.
Creo que seguí ignorando la
existencia del tiempo…
¿Recuerdas que un día, antes de encontrarnos
aquí, hablamos de cómo sería el camino que deberíamos cruzar tras nuestra
muerte? Me hablaste de caminos otoñales y de la tranquilidad profunda; no pude,
aunque quería, coincidir contigo, ya sabes, suelo ser una tanto pesimista, y es
por ello que sin saber cómo explicarte, te mencioné de inmediato que el camino
tras la muerte, para mí, debía tratarse de algo más frío y fue hasta ahora que
sin explicación alguna al verme envuelta en este lugar, que descubrí que así
sería el camino de mi muerte. Sé que no te sorprende, me conoces más de lo que
creo, segura estoy que imaginaste que diría algo así y te lo dije, no hubo en
ti una expresión de indiferencia, ni sorpresa, sentí más bien tu aceptación;
razones como estas me siguen uniendo a ti cada día.
Qué tranquilo y solitario debe ser
el camino tras la muerte…
Estar acompañada de ti me facilita
las cosas, pero también las interrumpe, por eso no dudé en decirte que, de
estar sola en este ahora y este lugar, me sería imposible no dirigirme hacia el
abismo y comenzar a vivir mi muerte, y no sin antes recorrerlo todo, caminar
dibujando con mis pies los límites de la cima de esta montaña. Tal vez estando
sola podría llorar en silencio, evitando a toda costa los sollozos por el
ingenuo miedo de despertar los monstruos que yo misma germiné a lo largo de mi
vida. Si no sintiera miedo, me dirigiría más allá de lo que hay en el exterior
y me adentraría en una pequeña capilla que alcanza a verse entre la niebla, es
curioso cómo en su cima sobresale el gran monumento de una virgen; tú sabes que
no soy religiosa, ni creyente, que dejé de serlo al terminar mi adolescencia,
pero sabes también que me gusta pensar que algo me espera a la hora de mi
muerte, algo sobrehumano, porque de lo humano ya estoy muy cansada. Sí, algo
superior… Por eso entre risas te dije que la figura de esa enorme virgen,
apenas visible, me parecía ser ese Dios que a veces me niego a llamar así.
Pero no quiero irme por dónde no
tiene caso irse…
Estando sola aquí ―pienso
nuevamente― que todo sería diferente. Yo sé y ahora lo recuerdo, que antes tuve
miedo de los lugares solitarios y hoy caigo en cuenta que había temido no a los
espacios vacíos, sino que todo este tiempo se había tratado de la maldad que se
oculta en los lugares así… tengo miedo de los seres humanos perversos que
destruyen la armonía de los lugares solitarios, su maldad y mi miedo vuelve a
esos lugares, lúgubres. Verdaderamente le temo a la perversión humana, los
alcances y ventajas que tiene sobre la débil bondad.
Pero aquí es diferente…
Quisiera entender por qué este sitio
se siente tan vacío, si está tan lleno de vida, cuánta ausencia provoca la
falta de humanos; creo que me gusta, me hace olvidar mi estado carnal, mi
condición de humana.
Vuelvo a la realidad y te percibo
lejano…
Te visibilizo aún entre la niebla,
te diriges por un camino que tiene como límite tu miedo y el borde de la
montaña, verte lejos de mí me hace pensar que estamos solos, que ahora tú te
has quedado viendo el horizonte blanquecino, espeso, mientras piensas en lo que
antes ya te dije: sobre la muerte, la vida y esas cosas de las que siempre te
hablo, cosas que nos encanta cuestionarnos, pero con las que pocas veces
asentimos estar de acuerdo.
Acércate un poco a mí, ya no te
alejes…
¿Por qué te sigues alejando de mí?
Pronto me acercaré, te abrazaré por la espalda y te diré que lo he pensado
mejor, “tal vez sí me interesa vivir la vida y morir quizá, en la vejez, junto
a ti”.
Me has hecho creer que amas la vida
y has sembrado en mí la esperanza de querer vivir lo que tanto me he negado…
*
Se siente tan distinto estar aquí
que me hace pensar que valió la pena el haber recorrido tanto. En el trascurso
temí no haber llegado a la cima para ver el atardecer, mi corta imaginación se
esperaba eso: ver el cálido atardecer en tus brazos, mientras te declaraba mis
sentimientos y lo triste que percibo la existencia humana, la vida misma, pero
que me resulta acogedor que tu existencia sea parte de mi vida, soy consciente
de que ya has quebrantado un poco mi visión del mundo.
¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
El viento ha comenzado a cantar,
¡cómo no lo había notado! Hace tanto frío aquí y es que el viento visita mis
oídos, hace temblar mis manos, mis labios, me recuerda nuevamente mi condición
humana, ¡cuánto viento hay aquí! no el necesario como para exterminar esta niebla,
pero sí el suficiente para combinarse con ella, como si el viento tuviera
cuerpo y la niebla vida, como si fueran uno mismo.
¿Qué somos? La niebla y el viento…
Soy reposo, inestable, silencioso y
con tendencia a derramarme en lágrimas. Tú eres quien baila sobre mí,
perfumándome de la esencia de tu melodía, vienes dispuesto a despertar las
ramas de los árboles y puedo sentir cómo todo se funde en un silbido; te
escucho encima de mí, rodeándome, mientras me extiendo entre tu canto. Somos
niebla y viento.
¿Estuvimos solos todo este tiempo?
He dejado de pensar en la muerte,
creo que es un efecto secundario del
amor correspondido, porque sé que de no amarnos, no haría otra cosa más que
pensar en el suicidio, pero el no pensarlo ahora, ya no es suficiente como para
poder vivir. La muerte encontró nuestras huellas, camina cerca, ahora la puedo
sentir. Te busco y estás más lejos, apenas si consigo verte, no me salen las
palabras, quisiera llamarte, ir a ti, pero tampoco me responden los pies.
¿Por qué te diriges por el camino de
mi muerte?
No intentes, por favor, no sigas
buscando, detente, no le des la espalda al abismo, no busques mi mirada, no me
mires así, no sonrías, no estires tu mano hacia mí, no despegues los pies del
suelo, no dejes, por favor, que tus fantasmas te abracen por la espalda ¡No
caigas! No, por favor, para… no te robes mi muerte.
¿Aún estamos vivos?
Una voz que vive en mi cabeza me pregunta si
aún puedo sentir; estoy paralizada, ya no estás y yo me siento muerta, más
muerta que tú. El lugar se ha vuelto ajeno, distinto, siento que miro solo el
cielo oculto entre la niebla, no hay estrellas, ni una luna, el viento ya no
canta, la niebla se ha quedado sola, sin vida. Estoy desnuda, agonizando en un
charco espeso… ¿Estuvieron cerrados mis
ojos todo este tiempo? Apenas creo abrirlos…
He vuelto a ver tu cara a lo lejos, sé que tus labios pronuncian algo,
no sé distinguir qué. Tu cara está llena de vida y de dolor, tú no quisiste
robar mi muerte.
¿Qué significa ver tu muerte
mientras vivo la mía?
*
Es momento de volver a casa, ¿ya es
tarde? Siento mis manos congelar. Por favor, abrázame un poco, al menos en lo
que regresamos por la oscuridad del camino que creímos olvidado, cuéntame por
qué amas tanto la vida, o lo mucho que mueres por llegar a casa y dormir, por
favor, de vez en cuando mírame a los ojos para reconocerme en ellos y así
volver a sentir que aún sigo viva.
Bertha
Comentarios
Publicar un comentario